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Terremoto. Así lo vivimos

Fuimos sacudidos por un terremoto que comenzó a las 3:34 de la mañana del 27 de febrero de 2010. Matías, nuestro hijo mayor dormía en casa de mis suegros, a pocas cuadras de aquí. Amparo, mi hija de un año y tres meses fue arrebatada de su cuna por mis brazos. La entregué a mi esposa para que la cuidara. Juntos nos instalamos bajo el marco de la puerta del departamento que arrendamos en el piso tres. Fue interminable.

Ruido, oscuridad, caos. Familias enteras en pijamas o ropa interior bajaban desde los pisos superiores y pasaban frente nuestro. No hay pudor, ya no somos desconocidos. Todos sufrimos la misma tragedia.

Aislados. Los celulares no funcionan, las redes telefónicas están caidas, no hay electricidad domiciliaria ni luz en el tendido público. El edificio casi vacío, todos abajo con frío preguntándose si es seguro subir a buscar un chaleco, cosas de valor u objetos queridos. Hay que actuar rápido, pero el temor los domina. En medio del pavor Mónica fue una leona. Se dio tiempo de iluminar con su linterna para ayudar a algún vecino.

Sin saber de padres y hermanos partimos a ver nuestro hijo a casa de mis suegros. Él estaba bien. Todos bien.

La red telefónica en casa de mis suegros funciona a ratos, lo suficiente para enterarme que mi hermana, mis padres y mi hermano están bien. Sigo intentando la comunicación vía celular pero es imposible. No puedo comunicarme con muchos que conozco. Envío mensajes de texto a varios de ellos, pero nadie responde.

Debemos volver al departamento, Mónica estaba aun en pijama y necesitamos algunas cosas útiles. Linternas, botella de agua, radio a baterias, documentos de identificación, tarjetas de débito y crédito, un juego de llaveros de todos los lugares a los que tengo acceso, notebooks, cargador de celular, leche en polvo, etc. Hay mucho que hacer todavía. La luna casi llena refleja una luz blanco­azulina, como un fluorescente en medio de las tinieblas. Agradezco.

4:30 y nuevamente debemos salir con Mónica. Necesitamos ver a algunos hermanos de nuestra iglesia. Seguimos sin poder comunicarnos con nadie. Subimos por Avenida Quilín, es desolador. Las murallas de la Viña Cousiño Macul están caidas a intervalos regulares, como si el desastre se organizara. Ladrillos en la calle hacen difícil conducir, ramas de árboles y muchas hojas nos rodean, y el polvo en suspensión… siempre el polvo en suspensión… como recordándonos lo que somos.

Llegamos a casa de CB, él y su familia están bien. Todos vestidos, espectantes… esperando una réplica. La pequeña LB aterrada, Mónica habla con ella y la consuela. El olor a humo es fuerte en el ambiente, no sabemos de donde viene. ¿Un incendio?, ¿dónde?. Y la luna ahora es amarilla…

Dejados CB y su familia en paz, debemos ir a casa de JN. Casi no andan vehículos, y los pocos conductores que debieron salir se comportan respetuosamente. No corren, ya que hay una tensa calma en el ambiente. No hay semáforos. Nos respetamos.

Llamamos a JN. No responde ni hay luz en su casa. El timbre no sirve, el celular no comunica. Gritamos su nombre y no hay respuesta; gritamos nuevamente y no hay respuesta. Finalmente una luz se mueve dentro, gira la llave y abre la puerta, ¡es LN!. Para nuestro asombro se encuentra tranquila, nos dice que todos en casa duermen. Miramos al rededor y la villa parece un lugar extraño. No se aprecian paredes caidas, ni vidrios quebrados, aun hay luz en el tendido eléctrico y ni nos habiamos dado cuenta. ¿En qué estaba pensando?, acá no parece haber un mayor caos. Luego de intercambiar algunas palabras nos retiramos. Aun hay cosas que hacer y ya no sabemos que hora es.

Debemos ir al templo. Podemos imaginar que para AR y M, siendo cubanos, debe ser chocante la experiencia vivida. Estamos golpeando el portón y AR responde inmediatamente. Obviamente estaban despiertos. Necesitabamos estar allá con Mónica para dar ánimo y ellos necesitaban la visita de alguien, ¡es tan claro!.

Seguimos compartiendo ánimo, palabras, experiencia; la desesperación pasa, y aun nos reimos. Lo peor para ellos ya ha pasado, y nosotros estamos contentos de estar allí. Casi ya no hay luz de luna. Mi linterna se apaga pero junto a AR debemos ver una cañería rota. No tiene arreglo, no al menos a esta hora. ¿Qué hora es?.

Estamos exhaustos y debemos dormir un poco. Recién recuerdo mirar mi reloj, y son las 5:40. Volvemos con reparos al departamento. Nos acostamos vestidos, pero no podemos dormir. Las imágenes se repiten una y otra vez en nuestras cabezas, aun recordamos a personas de las que no hemos podido saber nada, pero no hay nada más que podamos hacer a esta hora, sin electricidad, ni celulares, ni redes inalámbricas. Una luz azulina comienza e ingresar por la ventana. Amanece.

Suena mi celular dos veces (¿cuánto tiempo pasó entre cada una?), trato de contestar pero la red no sirve (!!!). Es mi madre, y mi amigo Himker. Al menos presumo que están bien. No se a qué hora finalmente nos dormimos, pero despertamos a las 10:00.

Ya son las 18:48 y se saben más cosas. La devastación es grande: caminos destrozados, puentes caidos, todo tipo de comunicación a medias, actividades grupales suspendidas, muertos y relatos de muertes; una madre con su hijo de un mes aplastados por una pared, olas gigantes que arrasaron con lugares costeros, etc. Nunca un «etc.» significó tanto.

Por momentos, pienso, que este terremoto saca de nosotros lo poco de bondad que nos queda. No somos enemigos, no hay ricos o pobres, no hay de izquierda y derecha, todos somos uno en medio de la catástrofe. ¿Es eso lo que nos quieres mostrar, Señor?, y si es así ¿por qué?, o más bien ¿para qué?. Seguiremos adorándote, seguiremos cantando a tu gloria. No queremos juzgarte, ¡no podemos hacerlo!. Sólo te pedimos que nos abras los ojos para conocer Tu propósito en esto, ¡ayúdanos Señor!.

En medio de la catástrofe sólo puedo alabar. El terror no llegó a mi familia ni seres queridos; pudimos llevar esperanza y ayuda a algunos necesitados; aun cuando el terremoto ha sido uno de los más intensos de la historia el desastre en mi país no fue proporcional a la energía liberada. Debo agradecer que Tu gracia común, Señor, permanece alrededor del mundo. Tu sol sigue saliendo para justos e injustos, Tu lluvia sigue mojando a justos y pecadores. Sigues siendo mi Dios lleno de gracia; pero ahora eres más grande, más poderoso.

Un dia ha pasado, y a hora temprano a las 8:30 ha habido una nueva réplica que nos despertó a todos. Prendemos la radio y en Parral fue de 7 grados Richter… Pasan los minutos y debo tomar mi café, bañarme para ir al culto del domingo. El mundo sigue girando.

En la radio transmiten en vivo como una multitud saquea las bodegas de un supermercado en Concepción. Mujeres lloran por agua y pañales para sus hijos; un padre también llora, dice que no es bandalismo sino necesidad. Me quedo en silencio y me doy cuenta de la oscura realidad que todos compartimos en nuestros momentos de necesidad. Cada vez es más claro lo que Tú, oh Señor, nos muestras. Tenemos dos alternativas somos o no solidarios, nos entregamos por el prójimo o no, sufrimos con él o no. Todos nosotros podemos ser saqueadores, podemos correr a las bodegas de los supermercados; sólo la misericordia y la solidaridad entre nosotros lo impedirán. ¡Ayudanos, Señor!.

La ley no permite las reuniones masivas, sin embargo los hermanos llegan al (mal llamado) templo. Llegan temprano, todos se quieren ver las caras. Hay abrazos, gratitud, largos testimonios de muchos. No hay electricidad, no hay PowerPoint. Felipe y yo decidimos usar sólo una guitarra y los viejos himnarios anillados.

Comenzamos orando, orando y orando. Cantamos «Si el sol llegara a oscurecer y no brille más, yo igual confío en el Señor que me va a ayudar»; Felipe pide a los hermanos elegir algunos cantos. Todos estan de acuerdo, todos comparten. Vienen los testimonios. No recuerdo testimonios tan extensos. Es claro para todos que no hay hermanos entre nosotros que hayan sufrido accidentes personales ni de familiares. Es grande la gratitud entre nosotros. Hemos aprendido que, aun cuando ha sido imposible comunicarse con todos los hermanos, igual hemos sabido que algún otro se comunicó con ellos. Somos iglesia entonces, nos une Cristo. No tenemos nada genéticamente en común, no somos familia, pero somos hermanos y estamos haciendo iglesia. Nosotros somos el Templo del Señor.

Volvemos a nuestras casa y aun el caos es grande. Muchos siguen sin servicios básicos. El dolor de algunos sigue. Rogamos a Dios que nos permita ser útiles. Oren con nosotros por esto.